En Anti-Marx trato de exponer de manera sistemática y exhaustiva los muy diversos errores económicos del pensamiento marxista. En este post, presento de manera resumida los que probablemente sean los cuatro principales errores de Marx en su concepción del capitalismo.
1. La riqueza no sólo se crea produciendo bienes, sino produciendo los bienes relativamente más útiles para quiénes los valoran relativamente más
Para Marx, el valor es un fenómeno propio de una economía mercantil (y, por tanto, de una economía capitalista) en la que los seres humanos producimos separadamente para el mercado: a saber, es un fenómeno propio de una economía donde el mercado determina la distribución social del trabajo agregado (quién produce qué) y la distribución social del producto de ese trabajo agregado (para quién son los bienes fabricados). Dado que, en el mercado, cada ser humano produce bienes de manera anárquica (independiente) con respecto al resto de seres humanos pero, a la vez, cada ser humano necesita coordinarse con el resto de seres humanos, el modo en el que nos coordinamos es estableciendo equivalencias (comparando) la contribución productiva social de cada ser humano independiente con la del resto. Y el modo en que socialmente comparamos las contribuciones productivas de cada ser humano en el mercado es el valor: a saber, el tiempo de trabajo social necesario para fabricar cada clase de mercancía.
Por un lado, la dialéctica entre el valor de una clase de mercancía y su precio de mercado determina si socialmente debemos incrementar o reducir la producción de esa mercancía (si el precio de mercado supera el valor monetario de una mercancía, deberemos expandir su producción social; al revés, si es inferior) y, por otro, el valor creado por cada trabajador establece su restricción presupuestaria: tanto valor has aportado a la sociedad en forma de mercancías, tanto valor puedes obtener de la sociedad en forma de mercancías.
En este sentido, una sociedad será materialmente más rica cuantos más bienes económicos (valores de uso) posea, aunque en una sociedad capitalista todos (o casi todos) esos valores de uso se nos presentarán como una masa de valores: de mercancías que requieren una determinada cantidad de trabajo social para ser creadas y que se distribuyen de acuerdo al trabajo social que representan. Por este motivo, si la productividad del trabajo se incrementa, una misma masa de valor podrá representar una mayor masa de valores de uso, esto es, Marx es perfectamente consciente de que una sociedad puede volverse más rica aun cuando la masa de los valores fabricados no crezca. Por ejemplo, imaginemos que el año pasado éramos capaces de fabricar 1.000 automóviles con 100.000 horas de trabajo social pero que este año podemos fabricar 2.000 automóviles con esas 100.000 horas de trabajo social: en ese caso, aunque el valor se haya mantenido constante (100.000 horas de trabajo social), la riqueza material de la sociedad sí se ha incrementado.
Pero esto último, remarquémoslo, sólo es cierto ante cambios en la productividad del trabajo: si la productividad del trabajo se mantiene constante, la masa de valor social sí sirve de proxy, o debería servir, de la riqueza material de una sociedad. Es decir, sólo puede incrementarse la riqueza material si se incrementa el valor (sólo podemos volvernos más ricos trabajando más horas para producir más mercancías). Esta última proposición, sin embargo, es doblemente equivocada.
Primero, una sociedad puede volverse más rica destinando las mismas horas de trabajo social (creando el mismo valor agregado) a producir bienes que son más útiles que aquéllos que se venían produciendo. Si en 100.000 horas de trabajo social podemos producir o el bien a o el bien b y el bien a nos es más útil que el bien b (siendo, en todo caso, ambos útiles), dejando de producir el bien b para producir el bien a nos volveremos más ricos. Y es que el problema económico que debe resolver una sociedad no sólo consiste meramente en destinar trabajo social a fabricar objetos que satisfagan necesidades humanas, sino que satisfagan las necesidades humanas relativamente más importantes.
Segundo, una sociedad puede volverse más rica no sólo a través de la producción de bienes, sino a través de su mejor distribución. Si el individuo A posee el valor de uso a y el individuo B posee el valor de uso b, y A valora b más que a y B valora a más que b, el intercambio de esos valores de uso (aun sin incrementar la cantidad de valores de uso o de valores en sociedad) volverá a esa sociedad más rica. Nuevamente, la razón por la cual esa sociedad será más rica es que los mismos valores de uso –pero distribuidos de un modo diferente– permitirán satisfacer necesidades humanas más importantes: por ejemplo, un apasionado del cine puede disfrutar de las novelas y un apasionado de las novelas puede disfrutar del cine, pero ambos alcanzarán fines más elevados (en su escala de preferencias) si el apasionado del cine se desprende de las novelas para visualizar películas y el apasionado de las novelas se desprende de las películas para leer novelas.
Dado que Marx no incorporó el concepto de “marginalidad” a su análisis del valor de uso (existen valores de uso más o menos importantes), tampoco tomó en consideración que la producción social de valores de uso no consiste meramente en transformar la naturaleza mediante el trabajo humano con el objetivo de fabricar valores de uso, sino en transformar la naturaleza mediante un trabajo social lo suficientemente coordinado como para producir los valores de uso relativamente más importantes y distribuirlos hacia aquellos productores que los valoren relativamente más.
2. El único factor de producción social no es sólo el trabajo humano, sino también el tiempo, el riesgo y el conocimiento empresarial
Para Marx, sólo hay dos factores de producción: la naturaleza y el trabajo. Todo proceso productivo puede desarrollarse mediante combinaciones de ambos. Todos los demás factores productivos (como podría ser una máquina) no son más que el resultado de la naturaleza transformada por el trabajo. En realidad, sin embargo, hay otros tres factores.
Primero, el tiempo. No es posible producir sin tiempo. No hay ningún proceso productivo que no tenga lugar en el tiempo. Desde que comenzamos a producir hasta que terminamos de producir, necesariamente transcurre un lapso de tiempo. En ese sentido, sólo podremos trabajar durante un lapso de tiempo si estamos dispuestos a esperar hasta que concluya ese lapso de tiempo para disfrutar del producto de nuestro trabajo. Por ejemplo, si para producir un automóvil necesitamos trabajar durante cinco años y no estamos dispuestos a esperar cinco años para disfrutar de un automóvil, no podremos producir el automóvil.
Segundo, el riesgo. No es posible producir sin asumir riesgo. No hay ningún proceso productivo que no conlleve riesgos (la probabilidad de que el resultado de ese proceso productivo no sea el deseado). Ningún proceso productivo es puramente determinista, sino que cualquiera se somete a condiciones aleatorias que generan incertidumbre sobre cuál será su resultado final (al menos, condiciones aleatorias respecto a la información de la que dispone el trabajador). En ese sentido, sólo podremos trabajar si estamos dispuestos a asumir la incertidumbre de un proceso productivo. Por ejemplo, si producir un automóvil supone exponernos al riesgo de fracasar en su producción y, por tanto, de perder todo el tiempo dedicado a su producción, no podremos producir el automóvil si no estamos dispuestos a asumir tales riesgos.
Y tercero, la información empresarial. No es posible producir sin información: información relativa al qué, cómo y para quién producir (información empresarial). Lo que, para Marx, distingue al ser humano de un animal es precisamente que el ser humano dirige su acción productiva hacia un propósito deliberadamente escogido: es decir, que hay una racionalidad detrás de su trabajo. Sabemos qué queremos producir, cómo hemos de producirlo y para quién hemos de producirlo. Sin esta información empresarial, el trabajo humano sería un mero despilfarro de energía. Todo lo cual resulta, por cierto, especialmente relevante en una economía mercantil, donde no producimos para nosotros en un entorno aislado, sino que producimos para los demás (para el mercado) compitiendo con otros que pueden poseer mejor información sobre qué producir, cómo producir y para quién producir. Por ejemplo, si carecemos de información sobre cómo fabricar un automóvil, no lo podremos producir; pero es que, en el mercado, si carecemos de la mejor información sobre cómo producir un automóvil, tampoco seremos capaces de producirlo puesto que lo producirán otros.
Hasta cierto punto podríamos pensar que el tiempo, el riesgo y la información empresarial son rasgos propios del trabajo humano. Y lo son: tiempo, riesgo e información sólo pueden expresarse productivamente a través del trabajo humano. Pero es importante darse cuenta de que, aun cuando se expresen productivamente a través del trabajo humano, son disociables del trabajo humano: es decir, el ser humano que, dentro de un determinado proceso productivo, se hace cargo de esperar, asume riesgos o proporciona información empresarial no tiene por qué ser el mismo ser humano que trabaja produciendo valores de uso merced al tiempo, riesgo e información empresarial que han aportado otros seres humanos. Por eso podemos caracterizarlos como factores productivos independientes, o independizables, del trabajo humano. Marx, sin embargo, presa de la teoría del valor trabajo, no puedo contemplar otros factores de producción social distintos del propio trabajo.
3. Capitalistas y asalariados no son clases sociales antagónicas
Para Marx, trabajo-asalariado y capital son categorías económicas antagónicas. El capital es no-trabajo y el trabajo es no-capital. Cada una de ellas se afirma negando a la otra. El capital no puede existir (socialmente) sin explotar al asalariado y el asalariado no puede existir (socialmente) sin ser explotado por el capitalista. Semejante concepción contradictoria de capital y trabajo-asalariado deriva de su concepción del valor: si socialmente la riqueza sólo se crea a través del trabajo y los capitalistas no trabajan (al menos en su forma pura, dejamos fuera a los capitalistas que ejercen funciones directivas dentro de una empresa), entonces los capitalistas sólo pueden enriquecerse empobreciendo a los trabajadores, esto es, apropiándose de la riqueza que sólo han fabricado los trabajadores (explotación).
Desde esta perspectiva, la emancipación del asalariado requiere la aniquilación social del capital: es decir, socializar la propiedad de los medios de producción para que toda la riqueza, creada únicamente por el trabajo social, permanezca en manos del conjunto de los trabajadores. El trabajador no se beneficia en nada de la existencia del capitalista y, por tanto, sólo puede entrar en una relación objetivamente contradictoria con él.
La realidad, sin embargo, es que el capitalista sí contribuye a la creación social de riqueza: el capitalista es la persona que se especializa en proporcionar socialmente tiempo, riesgo e información empresarial a un proceso de producción, permitiendo con ello expandir las capacidades productivas de aquellos trabajadores que no querrían (o no podrían) aportar por sí mismos ese tiempo, riesgo e información empresarial a los distintos procesos de producción y que, por tanto, no podrían producir determinados valores de uso. Abolir la función social del capitalista equivale a imponer la socialización forzosa del ahorro, la socialización forzosa de los riesgos y la socialización forzosa del proceso de creación de información empresarial. Imposibilita, por tanto, que haya transferencias de tiempo, riesgo e información entre los seres humanos: que un asalariado pueda asociarse cooperativamente con un capitalista para que el segundo absorba toda la espera, todo el riesgo y toda la creación de información de la que no puede o quiere hacerse cargo el primero y que, precisamente porque los absorbe, el primero pueda dedicarse a trabajar de un modo en el que no podría trabajar sin su asociación con el capitalista.
Al negarse a reconocer las funciones generadoras de riqueza del capitalista (como rol social, no como categoría natural), Marx sólo supo ver antagonismo social de intereses entre asalariados y capitalistas, cuando pueden darse entre ambos alianzas productivas basadas en la armonía de intereses. Con ello no pretendemos negar que, como en cualquier relación cooperativa de cualquier índole, también puedan emerger conflictos de intereses entre las partes: un matrimonio puede ser un proyecto vital del que los dos cónyuges consideran que salen ganando, pero eso no impide que puedan emerger conflictos dentro del matrimonio que, en ocasiones, puedan llevar incluso a romperlo.
Por consiguiente, la lucha de clases entre capitalistas y asalariados no es un subproducto necesario de la evolución histórica de las sociedades humanas con un determinado grado de desarrollo material (en contradicción dialéctica son su forma de organización social), sino un subproducto de la inoculación de determinadas ideas equivocadas que, alterando la cosmovisión social de los individuos insertos en determinadas relaciones productivas, envenenan a esos individuos y promueven la guerra social en lugar de la cooperación activa, mutuamente beneficiosa y de buena fe. El comunismo no es un subproducto de las contradicciones internas del capitalismo, sino de la propaganda marxista dirigida a distorsionar la conciencia social de los trabajadores.
4. Es racional subordinar la producción de valores de uso al mercado
Para Marx, la alienación del trabajo ante el mercado supone nuestra subordinación a la irracionalidad colectiva: el mercado nos dicta qué hemos de producir socialmente, cómo hemos de producirlo socialmente y para quién hemos de producirlo socialmente sin que nadie controle el mercado y sin que, por tanto, nadie pueda insuflar racionalidad y coherencia a la totalidad de ese proceso de producción y distribución social dirigido ciegamente por el mercado. Y dado que la diferencia entre el ser humano y los animales reside en la racionalidad que los humanos inyectamos a nuestro trabajo, el capitalismo, al privar de racionalidad (de control colectivo consciente) a nuestro trabajo social, estaría deshumanizándonos, convirtiéndonos en meros autómatas sin voluntad al servicio de la fuerza social del capital. Dentro del mercado no se produce aquello que nos es útil como seres humanos, sino sólo aquello que le es útil al capital para revalorizarse: el capital nos devora, engulle y vampiriza.
En realidad, sin embargo, una sociedad compuesta por individuos con preferencias heterogéneas y con información muy fragmentaria sobre las preferencias del resto de individuos y sobre las opciones tecnológicas potencialmente disponibles, no puede aspirar más que a descubrir qué producir, cómo producir y para quién producir a través de la experimentación descentralizada por parte de distintas coaliciones de individuos sobre diferentes propuestas de riqueza social y a través de la comparecencia competitiva de esas distintas propuestas de riqueza social ante un árbitro impersonal como es el mercado. Si existen distintas opiniones sociales sobre qué debe producirse, cómo debe producirse y para quién debe producirse, la forma de descubrir cuáles de todas esas diversas opiniones nos acercan a fabricar los bienes relativamente más útiles para aquellos productores que los valoran relativamente más es permitiendo la conformación de equipos humanos (compuestos en diversos grados por capital y trabajo) y que estos equipos (empresas) compitan entre sí en función de cuánto pueden esperar, de cuánto riesgo desean asumir y de cuánta buena información posean respecto a la creación de riqueza para terceros.
Desde esa perspectiva, someternos al mercado para descubrir socialmente qué producir, cómo producir y para quién producir no es irracional: es utilizar el mejor algoritmo social que conocemos para maximizar nuestra riqueza. Justamente que nadie controle en solitario ese algoritmo social posibilita una auténtica competencia no sesgada de antemano entre las diversas opciones de creación de riqueza: el mercado actúa como relojero ciego en la evolución social de la riqueza. Subordinamos los valores de uso a los valores para maximizar la creación cuantitativa y cualitativa de valores de uso. Lo irracional sería justamente lo opuesto: repudiar el mercado y pretender reemplazarlo por mecanismos hipercentralizados de coordinación de la producción social que, ignorando los límites de la razón humana, nos conduzcan a tomar peores decisiones productivas y distributivas que las que podríamos tomar dinámicamente a través del mercado. No es que el mercado proporcione soluciones perfectas a los problemas de coordinación social en la generación de riqueza: tan sólo es menos imperfecto que el resto de formas de organización social.
En el Siglo XIX hay muchos ejemplos de acción colectiva de los trabajadores en defensa de sus intereses, así como una aguda conciencia de las injusticias que sufren, todo ello mucho antes de que ni siquiera supieran quién era Marx. Es un poco curioso achacar la lucha contra los abusos y las injusticias que provienen de una radical desigualdad estructural y la acción colectiva de resistencia que de ello resulta a la "inoculación" de ideas perniciosas (supongo que en ausencia de esas ideas deberían estar tan contentos y no resistirse, todo va genial en el mejor de los mundos posibles y el matrimonio es una sagrada institución que a veces sale mal.
A veces, claro. XD