Continuamos con la serie de artículos dando réplica al libro Anti-Rallo del profesor Philipp Bagus.
La estabilidad del valor del dinero
El dinero es la mercancía que actúa como intermediario por excelencia en los intercambios: el medio de cambio indirecto por excelencia. Intermedia los intercambios de otras mercancías en el espacio y en el tiempo: vendo una mercancía hoy, obtengo dinero hoy y compro otra mercancía hoy; vendo una mercancía hoy, obtengo y atesoro dinero entre el presente y el futuro y compro otra mercancía en el futuro.
Para desempeñar adecuadamente esa función de intermediario en los intercambios dentro del conjunto de la economía, el valor del dinero ha de mantenerse estable en el espacio y en el tiempo, pues en caso contrario el dinero será buen intermediario para unos agentes económicos y un mal intermediario para otros agentes económicos.
Por un lado, imaginemos que la mercancía A se intercambia, en trueque, por 2 unidades de la mercancía B (1:2). A su vez, que la mercancía A se intercambia por 30 onzas de oro y la mercancía B, empero, por 10 onzas de oro (1:3). En ese caso, parece claro que el dinero no mantiene su valor estable en los intercambios espaciales: aunque la relación de valor entre las mercancías A y B es de 1:2, cuando se intercambian mediadas por el dinero se truecan a una relación 1:3. Desde luego, uno podría decir que al vendedor de la mercancía A le interesa que el valor del dinero no sea estable en los intercambios espaciales, puesto que, gracias a ello, es capaz de comprar 3 unidades de la mercancía B cuando, en trueque, sólo habría podido comprar 2 unidades. Sin embargo, démonos cuenta de que esa ganancia del vendedor de A es correlativa a la pérdida del vendedor de B: debido a que el valor del dinero no es estable en el espacio, el vendedor de B sólo puede comprar 1/3 de unidad de la mercancía A en lugar de ½. Y precisamente porque el vendedor de B saldría perdiendo en caso de utilizar el dinero como intermediario en los intercambios espaciales, el vendedor de B o tratará de usar otra mercancía con un valor más estable como dinero, o no usará ningún dinero porque seguirá recurriendo al trueque, o directamente dejará de producir y vender la mercancía B. En cualquiera de estos casos, ese dinero con un valor interpersonal no estable no desempeñará la función de medio de intercambio generalizado. Sólo si el vendedor de A rebajara su precio desde 30 onzas a 20, el oro se utilizaría como medio de cambio indirecto: pero, en ese caso, el oro mantendría un valor interpersonalmente estable (que es la característica crucial de un buen medio de intercambio).
Por otro, imaginemos que una unidad de la mercancía A se intercambia por 1 unidad de la mercancía A dentro de un año (1:1): la razón es que la utilidad de la mercancía A dentro de un año es la misma que la utilidad de la mercancía A en el presente. A su vez, imaginemos que la mercancía A se vende hoy por 10 onzas de oro y dentro de un año también se vende por 10 onzas: en ese caso, la relación de cambio intertemporal seguirá siendo de 1:1 y podremos decir que el valor del dinero se mantiene estable en el tiempo. Ahora bien, si la mercancía A se vende hoy por 10 onzas de oro y dentro de un año se vende por 5 onzas de oro (1:2), entonces es que el valor del dinero no se mantiene estable a lo largo del tiempo. Y, como en el caso anterior, uno podría pensar que al vendedor presente de la mercancía A le interesará venderla contra dinero y atesorar ese dinero a lo largo del año: de ese modo, podrá recomprar dos unidades de la mercancía A dentro de un año en lugar de sólo 1. Sin embargo, démonos cuenta de que esta ganancia del vendedor presente de A es correlativa a la pérdida del vendedor presente de oro (del comprador presente de la mercancía A): en el presente, el tenedor de dinero entrega 10 onzas de oro a cambio de la mercancía A y, si atesora la mercancía A durante un año, sólo podrá recomprar 5 onzas de oro al cabo de un año (vendiendo la mercancía A dentro de un año). Y precisamente porque el vendedor de dinero saldría perdiendo si deja de atesorar el dinero, se negará a gastar su dinero en comprar la mercancía A en el presente, de modo que el vendedor de A no podrá vender la mercancía A contra dinero ni, por ende, utilizar el dinero como depósito de valor: como alternativa, el tenedor de oro intentará comprar la mercancía A entregando otra mercancía cuyo valor no vaya a apreciarse con el paso del tiempo, u optará por comprar una unidad presente de A a cambio de entregar una unidad futura de A, o directamente dejará de comprar A y se quedará con su oro. Sólo si el vendedor de A rebajara su precio presente de 10 a 5 onzas, el tenedor de oro estaría dispuesto a entregar su oro para comprar la mercancía A en el presente: pero en ese caso, el valor del dinero se mantendría estable a lo largo del tiempo, a saber, la mercancía A tendría un precio de 5 onzas hoy y de 5 onzas dentro de un año.
En todo caso, démonos cuenta de que la estabilización espacial y temporal del valor del dinero requerirá de cambios en los precios (hasta alcanzar un nuevo “equilibrio” con los precios: ley de la utilidad equimarginal): de ahí que si el valor del dinero cambia muy habitualmente, será necesario que los precios cambien continuamente para que éste pueda desarrollar adecuadamente su papel de intermediario en los intercambios espaciales y temporales, de modo que regresamos al problema que analizamos en el post anterior: si los precios son rígidos (o no igualmente flexibles), un dinero con un valor muy fluctuante será un mal dinero (será preferible un dinero cuyo valor se mantenga estable sin necesidad de modificar los precios hasta alcanzar un nuevo equilibrio).
Como vemos, el dinero ideal facilita, según ya expuso John Nash, la transferibilidad de utilidad (en realidad, de una unidad de una mercancía con valor estable) en el espacio y en el tiempo. Y para que desempeñe semejante función, no debe haber ni ganadores ni perdedores por esa transferencia de utilidad en el espacio y en el tiempo: si alguien gana por la transferencia (espacial o temporal) de utilidad a costa de que otro pierda, la parte perdedora intentará no emplear ese tipo de dinero como intermediario de los intercambios (buscará otros dineros con un valor más estable o, en el extremo, dejarían de intercambiar o recurrirían al trueque).
¿Cuál es la esencia del dinero?
Bagus rechaza que la esencia del dinero ideal sea la estabilidad espacial y temporal de su valor (epígrafe 3.2 de su libro). A su juicio, “el mejor dinero es el que eligen los individuos en el mercado libre”: algo que acaso sea cierto pero desde luego Bagus no nos proporciona ningún criterio para comprobar si lo es o no lo es. ¿Qué quiere decir con ello? ¿Que por definición cualquier dinero que escojan los individuos en el mercado libre ha de ser siempre el mejor dinero posible? Si es así, estamos ante un razonamiento circular: mejor dinero es aquél que escogen los individuos y aquél que escogen los individuos es el mejor dinero. Pero, ¿por qué debería resultar absolutamente inconcebible que los individuos escogieran un mal dinero? ¿Es inconcebible que los individuos se equivoquen al actuar? El error forma parte de la acción humana, de modo que no puede descartarse apriorísticamente que los agentes escojan un mal dinero. Y si los individuos se equivocan escogiendo un mal dinero, ¿cómo distinguir un buen de un mal dinero meramente atendiendo a la elección del individuo?
Ciertamente, Bagus expone algunas de las propiedades que ha de poseer un dinero para ser un buen dinero: “Hay varias características que hacen que un medio de cambio sea más propenso a convertirse en dinero, como los bajos costes de almacenamiento y transporte, la facilidad de manejo, la durabilidad, la divisibilidad, la resistencia al desgaste, la homogeneidad, la reconocibilidad y una fuerte demanda no monetaria”. Pero, en verdad, todo eso sólo son propiedades que contribuyen a posibilitar la estabilidad del valor del dinero en el espacio y en el tiempo. ¿O para qué sirven, si no, los bajos costes de almacenamiento, la durabilidad o la resistencia al desgaste salvo para que esa mercancía posea un valor estable en el tiempo? ¿O para qué sirven, si no, los bajos costes de transporte, la reconocibilidad o la homogeneidad salvo para que posea un valor estable en el espacio? Tales propiedades son propiedades instrumentales para que el dinero posea un valor estable en el espacio y en el tiempo, lo cual es a su vez necesario para que actúe como intermediario general en los intercambios.
De hecho, y respecto a este último punto, el propio Bagus reconoce que el dinero ideal, es decir, el dinero elegido por el mercado libre “permite un cálculo económico eficiente que es una guía esencial para la acción humana en una sociedad basada en la división del trabajo”. Pero para que el dinero pueda servir como base para el cálculo económico, el valor de ese dinero ha de ser estable o, al menos, sus fluctuaciones de valor en el espacio y en el tiempo han de ser previsibles. Precisamente, en los períodos inflacionistas (y deflacionistas), el cálculo económico se ve seriamente dificultado entre los empresarios porque son víctimas de la ilusión monetaria: desconocen en qué medida los cambios en los precios de las mercancías son resultado de cambios en la utilidad marginal de esas mercancías o, por el contrario, en la utilidad marginal del dinero. ¿Cómo realizar adecuadamente el cálculo económico si una mercancía que hoy exhibe un precio de 10 mañana puede exhibir un precio de 100, 1.000, 10.000 o 100.000, sin que nada de ello signifique que esa mercancía resulta más valiosa (podría ser que incluso resultara mucho menos valiosa que ayer y que su precio se hubiese multiplicado)? Nuevamente, pues, el dinero elegido por el mercado libre permitirá el cálculo económico siempre que el valor de ese dinero sea lo suficientemente estable como para que los empresarios no cometan errores sistemáticos al tomar decisiones productivas a partir de magnitudes monetarias (que sólo serán informativas en la medida en que el valor del dinero sea estable o previsible).
La elasticidad de la oferta del dinero ideal
Pues bien, si la característica esencial del buen dinero es la estabilidad de su valor, entonces otra de las propiedades del buen dinero que Bagus no ha mencionado –no por olvido, sino por desacuerdo– es la elasticidad de su oferta. Como ya explicamos en el post anterior, si los precios de las mercancías no son todos ellos igualmente flexibles, los cambios en la demanda de dinero provocarán cambios en los precios relativos de las mercancías (que no irán parejos a cambios en sus utilidades relativas) y, por tanto, distorsiones en el cálculo económico de los empresarios. No sólo eso sino que, como acabemos de exponer más arriba, un dinero que no tenga un valor estable en el espacio y en el tiempo (y los cambios en la demanda desestabilizan su valor si la oferta es inelástica) será un dinero que generará ganadores y perdedores por el mero hecho de utilizarlo y, por tanto, será un dinero que los potenciales o previsibles perdedores rechazarán utilizar como dinero.
Pero, como digo, Bagus no suscribe la idea de que una propiedad del buen dinero sea la elasticidad de su oferta –como forma de estabilizar su valor ante cambios en la demanda–. A su juicio, y remitiéndose a Mises y Rothbard, “cualquier cantidad de dinero puede cumplir su función como medio de intercambio”. Siempre he pensado que esta afirmación debería resultarle evidentemente falso a cualquier persona: y es falsa tanto en lo que respecta al nivel de la cantidad de dinero como a su tasa de variación. Por ejemplo, imaginemos que sólo hubiera en el mundo 0,0000000000001 gramos de oro. ¿Realmente esa minúscula cantidad de oro podría desempeñar tan bien la función de medio de cambio o de depósito de valor como una cantidad mayor de dinero? El propio Bagus nos ha dicho que una propiedad del buen dinero es la “divisibilidad”: ¿cuán divisible sería esa cantidad minúscula de oro? Nada, pues careceríamos de la tecnología para dividirla: por tanto, el oro no podría ser objeto de propiedad descentralizada (salvo acaso a través de certificados de depósito: pero serían unos certificados de depósito cuyos depositantes jamás podría reembolsar su minúscula porción de oro y un dinero que ha de estar siempre depositado en un mismo depositante, ni siquiera dividido en varios en competencia, no parece que vaya a ser muy buen dinero). O, en sentido contrario, imaginemos un dinero que fuera tan sumamente superabundante que su valor unitario fuera bajísimo o incluso nulo (bien libre): en tal caso, tampoco se cumplirían algunas propiedades que Bagus atribuye al buen dinero, como los bajos costes de almacenamiento y transporte (bajo valor unitario implica que habrá que transportar y almacenar muchísimas unidades del mismo, lo que resultaría costoso) o la fuerte demanda no monetaria (lo extremadamente superabundante carecería de demanda no monetaria como bien económico). A su vez, y con respecto a la tasa de variación de la oferta de dinero, imaginemos que la oferta de oro se alterase diariamente de manera absolutamente aleatoria e incierta: verbigracia, unos días se multiplica por 1.000; otros se divide entre 500; otros se multiplica por 100 millones, etc. ¿Estaríamos en tal caso ante un buen dinero? Claramente no, pues entorpecería terriblemente el cálculo económico y la estabilidad interpersonal del valor del dinero (pues ni siquiera habría tiempo para arbitrar las diferencias espaciales de valor). Ergo, Mises, Rothbard y Bagus yerran cuando señalan que cualquier cantidad de dinero puede cumplir su función como medio de intercambio: la oferta de dinero no es irrelevante a la hora de determinar su calidad.
Ahora bien, una vez admitimos que no cualquier cantidad de dinero ha de ser necesariamente óptima para desempeñar sus funciones monetarias, ya no puede seguir sosteniéndose que cualquier oferta monetaria absolutamente rígida nos garantice un buen dinero o, al menos, un mejor dinero que las alternativas. A la postre, la mayor o menor oferta queda definida en términos relativos: es decir, en relación a la demanda (un incremento de la demanda, reduce la oferta relativa de un stock de dinero). Por tanto, si dentro de una determinada economía con una determinada demanda de dinero (influida por múltiples factores: su población, tecnología, preferencias, expectativas y relaciones personales) existe una cantidad de dinero (X) que es capaz de desempeñar las funciones monetarias mejor que otra cantidad de dinero (X-1 o X+1) y la economía cuenta ahora mismo con esa cantidad óptima de dinero (X), cualquier aumento o reducción de la demanda de dinero alejará el stock monetario efectivo de su optimalidad (se volverá o demasiado escaso o demasiado abundante): será, en consecuencia, necesario aumentar o reducir la oferta de dinero para preservar, en términos efectivos, esa cantidad de dinero óptima. De ahí que la afirmación de Bagus de que “los cambios en la demanda de dinero provocarán cambios en su poder adquisitivo, pero no afectarán a la utilidad social del dinero: En concreto, un aumento del poder adquisitivo del dinero no afecta negativamente a su utilidad como medio de intercambio” sea una afirmación totalmente gratuita. Como ya hemos explicado, la inestabilidad espacial y temporal del valor del dinero sí lo alejan del dinero ideal: justamente por eso, una oferta totalmente inelástica del dinero es una mala propiedad del dinero, dado que no permite estabilizar su valor ante cambios en la demanda.
La producción de oro en un mercado libre
De hecho, y a este respecto, existe una poderosa contradicción entre la proposición de que “cualquier cantidad de dinero es óptima” y la proposición de que “el mercado es eficiente”. No en vano, el mercado libre –por las razones que ya explicamos en el post anterior– tiende a incrementar la oferta de oro (justamente para estabilizar su poder adquisitivo). Si cualquier cantidad de oro es óptima, producir nuevo oro sería un despilfarro de recursos: ese nuevo oro no serviría para nada y, en cambio, consumiríamos tiempo y recursos en producirlo. Personalmente, la contradicción me parece inescapable, pero Bagus trata de compatibilizar ambas proposiciones mediante una explicación que debería mostrarnos con claridad por qué Bagus (y Mises o Rothbard) tratan de retorcer los argumentos para que encajen en sus preferencias normativas sobre el orden social (patrón oro con coeficiente de caja del 100%):
Aunque la extracción de oro en un patrón oro (aumento de la oferta monetaria) no aumenta ni disminuye la utilidad del oro como medio de cambio, los costes de la extracción de oro deben considerarse como costes necesarios para mantener este patrón monetario concreto y, desde el punto de vista de los individuos que interactúan libremente, contribuyen a aumentar su bienestar. La abstención voluntaria de la extracción de oro en un patrón oro ahorraría estos costes de extracción y no cambiaría los beneficios del uso del dinero. El uso de la coacción para prohibir la extracción de oro, no cambiaría tampoco los beneficios del uso del dinero. Pero disminuiría el bienestar de los individuos coaccionados. Desde nuestro punto de vista, la afirmación de Mises y Rothbard de que cualquier cantidad de dinero permite obtener todos los beneficios del uso del dinero como medio de intercambio es, por tanto, completamente compatible con la opinión de que el dinero óptimo es el que se elige en el mercado.
Los individuos se ven inducidos por las señales del mercado (los precios) a producir más oro aunque ese mayor oro no sirva para absolutamente nada. No queda claro, de hecho, por qué el incremento de la extracción del oro aumenta, desde el punto de vista de Bagus, el bienestar de los individuos. ¿Qué fines adicionales les permite lograr ese nuevo oro que no podrían alcanzar con una menor cantidad de oro? ¿El fin es simplemente tener más oro porque sí? Si este último es el caso, no estamos hablando del oro como dinero, sino del oro como bien de consumo. Por tanto, la pregunta sigue en pie: ¿qué fines adicionales les permite lograr a los agentes económicos una mayor cantidad de oro como dinero? Según Bagus, ninguno (cualquier cantidad de dinero es óptima): y si no les permite lograr ningún fin adicional, ¿en qué sentido cabe decir que aumenta su bienestar? En ninguno. Por tanto, consumen recursos (que podrían haber utilizado para alcanzar otros fines distintos) en una actividad que no les reporta ningún aumento en su bienestar.
Como mucho podríamos decir que la producción de oro puede ser individualmente útil si por esa vía alguien consigue incrementar sus saldos reales de tesorería (poseer mayor cantidad de oro antes de que los precios hayan subido): pero en ese caso estaríamos, siguiendo la lógica de Bagus, ante una mera redistribución de poder adquisitivo entre los agentes económicos. Unos individuos se enriquecerían a costa de que otros se empobrecieran (si produciendo más oro todos pudieran enriquecerse, no cualquier cantidad de oro sería igual de óptima: aumentar la oferta de oro incrementaría la riqueza agregada). Por tanto, la producción de oro sería un fallo de mercado: una descoordinación social en forma de “mal público”: cuando los agentes buscan su propio interés individual en materia monetaria (aumentar su tenencia individual de oro), todos terminan empobreciéndose (todos ellos consumen recursos tratando de incrementar individualmente sus saldos reales de tesorería, pero nadie o casi nadie logrará incrementarlos, pues la mayor oferta nominal de dinero se verá contrarrestada por un incremento en los precios, de modo que los saldos reales de tesorería agregados se mantendrán constantes).
La estabilización del valor del dinero durante la etapa de monetización
Por último, Bagus cree haber encontrado una laguna en mi argumentación: durante el proceso de monetización de una mercancía (de generalización de esa mercancía como medio de cambio indirecto), lo habitual es que el valor de esa mercancía se incremente de manera muy sustancial. Al cabo, cada vez más agentes comenzarán a demandar esa determinada mercancía como dinero y, si su oferta no es perfectamente elástica, entonces su valor aumentará. Por tanto, si el dinero ideal es aquel que minimiza las fluctuaciones de su valor (que maximiza la estabilidad de su valor), deberíamos concluir que aquellas mercancías que se van monetizando también deberían tener una oferta muy elástica para poder monetizarse: “Es decir, que la oferta de la mercancía (o de sus sustitutos) debería aumentar también rápidamente cuando su demanda aumenta durante el proceso de monetización”.
Sobre esto, un comentario preliminar. La elasticidad de la oferta de dinero sólo puede lograrse a través de activos financieros que actúen como sustitutos monetarios. Un activo real que actúe como dinero no puede poseer una oferta elástica por una razón muy sencilla: para que un activo real actúe como intermediario de los intercambios temporales, ese activo real deberá ser duradero (el propio Bagus reconoce que la durabilidad es una propiedad del buen dinero). Y los activos duraderos podrían tener una oferta elástica ante incrementos de la demanda (mayor stock de oro ante aumentos de la demanda), pero no pueden tenerla ante reducciones de la demanda (el oro ya minado no puede “destruirse” ante reducciones de la demanda). Por eso la elasticidad de la oferta de un activo real sólo pueda lograrse a través de promesas de pago en ese activo real (activos financieros) que actúen como activos financieros (la deuda sí puede crearse y destruirse como reacción a cambios en la demanda de dinero).
Pues bien, aunque desde luego sería muy ventajoso que, en las etapas tempranas de monetización de un activo real, su valor se estabilizara a través de la emisión de activos financieros denominados en ese activo real (deuda), eso no es viable porque, si el valor del activo real es todavía muy fluctuante, la emisión de activos financieros denominados en ese activo real resulta muy arriesgada (y, por tanto, esos activos financieros no pueden actuar como sustitutos monetarios). Por ejemplo, imaginemos que hoy muchos individuos o muchas empresas emitieran cantidades ingentes de deuda pagadera en Bitcoins: en la medida en que esos agentes económicos no posean ingresos y activos denominados en Bitcoin, sus pasivos denominados en Bitcoin se expondrían a un fuerte riesgo de cambio (si mis ingresos son ingresos en dólares y cuando Bitcoin estaba a 10 dólares me hubiese comprometido a entregar 100.000 Bitcoins dentro de 15 años, hoy estaría quebrado). Por tanto, sólo cuando un activo real ha alcanzado, sin la colaboración de activos financieros, un elevado grado de estabilidad en su valor (lo cual normalmente irá de la mano con que muchos de nuestros ingresos y activos ya estén denominados en ese activo real y, por tanto, nuestras deudas no se expongan a riesgo cambiario) es posible emitir masivamente activos financieros denominados en ese activo real que contribuyan a estabilizar adicionalmente su valor. Precisamente, este punto vuelve a ilustrarnos por qué las fluctuaciones del valor del dinero, en el espacio o en el tiempo, resultan tan problemáticas para la coordinación económica: se rompe la correspondencia (espacial y temporal) entre ingresos y gastos y, por tanto, una empresa puede terminar quebrando (o forrándose) no por lo eficiente que sea a la hora de satisfacer las necesidades de los consumidores, sino por mera redistribución social, inflacionista o deflacionista, del valor del dinero.
Sea como fuere, si resultara posible estabilizar, mediante una oferta elástica de activos financieros, el valor de un activo real en sus etapas tempranas de monetización, entonces sí: desde luego que en ese caso yo argumentaría que ese activo real completaría mucho antes su proceso de monetización con una oferta elástica que con una oferta inelástica. ¿Por qué a Bagus esta afirmación le resulta tan inverosímil o anti-intuitiva? Pues no queda muy claro: se limita a sugerir que, si mis argumentos conducen a esa conclusión, entonces mis argumentos se autorrefutan por caer en un absurdo. Pero no explica por qué esa conclusión es absurda. Lo que más se aproxima a una explicación sería lo siguiente: “La mayoría de los actores, sin embargo, probablemente preferiría un medio de intercambio que aumentara su valor y no permitiera incrementos tan importantes en su cantidad” (énfasis añadido). Es decir, que si la mayoría de agentes prefieren un dinero que gane poder adquisitivo a uno que se mantenga estable, la estabilidad de valor de una mercancía sería una desventaja en su selección competitiva como dinero.
Dejando de lado el tono conjetural del “argumento” de Bagus (¿probablemente lo prefieran?), ya hemos explicado al comienzo de este post por qué este razonamiento es equivocado. Quienes prefieren un dinero que gane sistemáticamente valor son aquellos agentes económicos que ya poseen dinero o que son acreedores de títulos de renta fija pagaderos en dinero: a todos ellos la deflación les beneficia. Sin embargo, quienes poseen mercancías (que esperan vender contra dinero) o son deudores de títulos de renta fija pagaderos en dinero no salen ganando con la deflación, sino perdiendo… por lo que preferirán inflación. Estamos ante un conflicto distributivo: lo que ganan unos lo pierden otros. Y justamente aquellos agentes que salen perdiendo por usar un dinero que gana valor, tratarán de evitar usar ese dinero que, por ganar valor, los hace salir perdiendo.
Por ejemplo, los agentes económicos tratarán de no endeudarse en un dinero deflacionista… salvo que, en un intento artificial por estabilizar el valor temporal del dinero dentro de esa transacción de crédito, se le añada al tipo de interés una prima por deflación (que reduzca el tipo de interés nominal que ha de pagar el deudor). Pero nótese que esta solución, quizá la menos mala en algunos casos, dista de no ser problemática: si la deflación es superior al tipo de interés real, el acreedor preferirá atesorar dinero antes que prestarlo a tipos nominales negativos. Imaginemos que la deflación es del -3% anual y que el tipo de interés real a un año es del 1%: en ese caso, el deudor debería abonarle al acreedor un tipo de interés nominal del -2%, pero el acreedor preferirá atesorar el dinero antes que prestarlo a un interés nominal del -2% (el atesoramiento le proporciona un interés del 0% que es mayor que el -2%). Por consiguiente, ese intercambio intertemporal no podrá ejecutarse mediante ese dinero deflacionista: los agentes tenderán a buscar otras vías para efectuar intercambios intertemporales bajo esas condiciones (renta fija), desplazando competitivamente al dinero deflacionista como medio general de cambio indirecto.
Conclusión
Para terminar, querría remarcar este último punto porque es clave para comprender el embrollo de contradicciones teóricas en el que han caído buena parte de los austriacos. Démonos cuenta de que Bagus está sosteniendo a la vez las siguientes proposiciones:
El incremento o la reducción de la oferta de dinero (en relación a su demanda) no modifica la utilidad social del dinero. Cualquier oferta (en relación a su demanda) de dinero es socialmente óptima.
Por tanto, y derivado de (1), el conjunto de la sociedad no puede salir ganando o perdiendo de un aumento o de una reducción de la oferta (en relación a su demanda) de dinero. Todo cambio en la oferta de dinero sólo tiene consecuencias redistributivas: unos agentes ganan y otros pierden (o, como mucho, nadie gana ni nadie pierde).
La mayoría de agentes económicos prefieren un dinero que gane poder adquisitivo con el paso del tiempo (un dinero deflacionista).
La proposición 3 sólo puede tener cierto sentido, dado 1 y 2, si hablamos de ganancias de poder adquisitivo del dinero derivadas de ganancias de la productividad en el resto de mercancías (por reducción en su coste de producción y en su precio). Pero la proposición 3 no tiene ningún sentido, dado 1 y 2, si hablamos de ganancia de poder adquisitivo derivado de una oferta monetaria rígida en un contexto de demanda monetaria creciente: por 1 y 2, el conjunto de la sociedad no puede salir ganando de una deflación de origen monetario (en realidad, en un contexto de rigideces de precios, lo que sí puede ocurrir es que el conjunto de la sociedad salga perdiendo), de modo que los partidarios (ganadores) podrían ser tan numerosos como los detractores (perdedores). Es más, a largo plazo uno tendería a ser en ocasiones ganador y en otras perdedor, de modo que en promedio ni ganaría ni perdería con la deflación de origen monetario. Siendo la deflación monetaria un juego social de suma cero, ¿por qué la mayoría de la sociedad no puede darse cuenta y terminar prefiriendo un dinero con un valor estable (poder adquisitivo estable desde el lado monetario) que evite las redistribuciones sociales de renta por razones de un desequilibrio monetario evitable (con un dinero de oferta elástica) antes que un dinero deflacionista (desde el lado monetario) que engendre redistribuciones arbitrarias de renta?
Nuevamente, llegamos a la conclusión de que el dinero ideal es un dinero capaz de preservar el equilibrio monetario sin ver alterada su utilidad marginal: es decir, un dinero con valor estable en el espacio y en el tiempo. Por eso, un activo real de oferta rígidamente inelástica (a corto o a largo plazo) como el que proporcionaría un patrón oro con coeficiente de caja del 100% es subóptimo frente a un patrón oro complementado por sustitutos monetarios líquidos. Mi lectura de la historia monetaria, por cierto, es que el mercado libre tiende a seleccionar este último tipo de sistema monetario, de modo que, al final, Bagus tendría razón en su afirmación inicial de que “el mejor dinero es el que eligen los individuos en el mercado libre”… pero la tendría por las razones equivocadas.
Sinceramente, mis dieces. Me haces replantear muchísimas cosas que antes no hacía y me ayudas a entender planteos que ya me hacía antes de leer tu artículo. Muchísimas gracias profesor.