El siguiente discurso fue pronunciado el 6 de mayo de 2023 en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala durante la recepción del doctorado honoris causa en Ciencias Sociales.
No puedo empezar más que dándole mis más sinceras gracias a la Universidad Francisco Marroquín. Gracias, en general, por todo cuanto ha hecho esta institución durante su más de medio siglo de vida para difundir las ideas de la libertad no sólo en Guatemala, sino en todo el mundo y muy en especial dentro de la comunidad hispanohablante. Y gracias, en particular, por la concesión de este doctorado honoris causa. Aunque, como su nombre indica, se trata de un doctorado que encuentra su causa en los supuestos honores acumulados hasta el momento por el doctorado, he de decir que el mayor honor en este acto es el mío. Honor por recibir una distinción que previamente ha sido entregada, y orgullosamente recibida, a auténticos gigantes intelectuales como Friedrich Hayek, James Buchanan, Vernon Smith, Milton Friedman, Henry Hazlitt, William Hutt, Alberto Benegas Lynch, padre e hijo, Hans Sennholz, Israel Kirzner, Gordon Tullock, Harold Demsetz, Armen Alchian, Jesús Huerta de Soto, Robert Higgs, Larry White, Petter Boettke, Deirdre McCloksey, George Reisman, Carlos Rodríguez Braun, Joaquín Fuster, Nick Szabo, Gerald O’Driscoll o Miguel Anxo Bastos. Huelga decir que no estoy ni remotamente a la altura de ninguno de ellos y que, por tanto, recibo este doctorado contrayendo una deuda intelectual con la Marro: la deuda de intentar acumular suficientes honores en el futuro como para hacerme verdaderamente acreedor del derecho a colocar mi nombre entre los genios, maestros y amigos anteriormente mencionados.
Sentimientos personales aparte, la entrega de este doctorado honoris causa constituye un solemne acto académico por parte de una notable institución académica como es la Universidad Francisco Marroquín. Como es sabido, la misión de la Universidad Francisco Marroquín es “la enseñanza y difusión de los principios éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de individuos libres y responsables”. Es decir, que los tres pilares sobre los que descansa esta universidad son el conocimiento, la libertad y la responsabilidad o, como podemos leer en su propio escudo, Veritas, Libertas, Iustitia. Sin embargo, ¿por qué verdad, libertad y justicia? De entrada, no parece haber una relación demasiado directa entre estas tres ideas: en ocasiones incluso se nos presentan como antagónicas. ¿Acaso la responsabilidad no limita la libertad? ¿Qué tiene que ver exactamente la ciencia, la búsqueda de un saber verdadero sobre el mundo, con la libertad humana o con la responsabilidad? ¿No deberíamos acaso separar estrictamente los juicios morales sobre la libertad o la justicia de la investigación científica?
Permítanme, pues, aprovechar este momento, en el que tengo el honor de pasar a integrar la tan distinguida familia de doctores de esta tan distinguida universidad, para reflexionar sobre la relación que existe entre verdad, libertad y justicia.
Libertad y responsabilidad
Comencemos por la relación más sencilla: la relación entre libertad y justicia o libertad y responsabilidad. Cuando se presupone que existe una incompatibilidad entre libertad y responsabilidad se parte de la base de que ‘libertad’ implica algo así como una prerrogativa individual para hacer todo aquello que uno desea hacer: una especie de poder absoluto y no sometido a ninguna restricción natural o social. La libertad, por tanto, como soberanía sobre la naturaleza y sobre la sociedad. Pero si definiéramos la libertad de ese modo, la libertad se convertiría en un ideal socialmente imposible a fuer de contradictorio, porque los planes de acción irrestrictos de unos individuos colisionarían con los planes de acción irrestrictos de otros individuos: si el individuo A puede hacer lo que quiera, incluyendo pisotear los planes de acción de otros individuos, entonces por definición el individuo B no podrá hacer lo que quiera (y viceversa). O dicho de otro modo, si A es el soberano sobre toda la sociedad, B no puede ser soberano sobre toda la sociedad: dentro de una sociedad sólo puede haber, a lo sumo, un único soberano.
Una definición más modesta y socialmente factible de libertad es el derecho a que mis planes de acción no sean anulados violentamente por terceros: es decir, un derecho negativo a la no interferencia coactiva. Cada persona puede hacer lo que desee, siempre que sus planes de acción no consistan en ejercer la violencia sobre otras personas (y viceversa). Es mediante ese respeto recíproco a los proyectos de vida de cada individuo –concretado a través de la propiedad privada y de los contratos voluntarios– cómo configuramos socialmente unas esferas de autonomía moral dentro de las cuáles sí somos soberanos y podemos hacer lo que queramos. Nadie es soberano sobre la totalidad de las esferas morales de una sociedad, sino que cada individuo únicamente es soberano dentro de su propia esfera moral, la cual colinda con las esferas morales de otros individuos igualmente soberanos (en el interior de cada una de esas esferas morales).
Démonos cuenta de que adoptando esta segunda definición de libertad, la libertad va inexorablemente unida a la responsabilidad o, en un sentido más amplio, a la justicia: un individuo tiene el derecho a que sus planes de acción no sean anulados violentamente por terceros porque esos terceros tienen el deber, la obligación, la responsabilidad de no anular violentamente los planes de acción de ese primer individuo (y viceversa). O dicho de otro modo, la libertad sólo existe, sólo cobra sentido, dentro de un orden jurídico que define normativamente esas esferas morales dentro de las que cada individuo sí puede ser soberano porque cada uno de los individuos está obligado a respetar la esfera de autonomía moral de los demás.
Sin responsabilidad, sin el deber a respetar al prójimo o a reparar el daño que se le haya causado, no existe la libertad; y sin libertad –sin el derecho a tomar decisiones propias haciéndonos cargo de sus consecuencias sobre terceros– tampoco habría responsabilidad: si no tenemos el deber de respetar a terceros, tampoco tenemos el deber de responsabilizarnos del daño que les causamos. La justicia preserva la libertad y la libertad es la causa última de la justicia.
Verdad y responsabilidad
Sigamos con la relación entre verdad y responsabilidad, o entre ciencia y justicia.
Por un lado, conforme nos aproximamos a la verdad vamos adquiriendo un conocimiento más preciso acerca de los efectos de nuestras acciones generan sobre terceros y, por tanto, ese conocimiento más preciso nos ayuda a poder minimizar nuestra interferencia inconsciente sobre la libertad ajena. Si desconocemos cuáles de nuestras acciones generan un daño no consentido sobre terceros, no evitaremos esas acciones ni tampoco indemnizaremos a la víctima por daños que no sabemos que le estamos provocando: por ejemplo, si ignoramos que fumar regularmente en presencia de otras personas incrementa su riesgo a padecer ciertas enfermedades, estaremos agrediendo la integridad física (y por tanto la libertad) de esas otras personas sin que ni ellas ni nosotros seamos conscientes de ello y sin que, por tanto, vayamos a poner los medios para evitarlo o para indemnizarlos si se trata de una interacción no consentida. La ciencia, al ayudarnos a desentrañar las relaciones de causalidad entre los distintos fenómenos que se manifiestan en la realidad circundante, contribuye a establecer cadenas de responsabilidad que salvaguarden la libertad individual de ataques inconscientes a la misma.
Por otro lado, la responsabilidad también acota los límites morales a la investigación científica: no todo vale, o no todo debería valer, para hacer avanzar nuestro conocimiento sobre el mundo. La experimentación científica ha de estar sometida a la indemnidad de la libertad ajena: las investigaciones que generen un daño no consentido sobre terceros o que conlleven un alto riesgo de terminar provocando ese daño no deberían desarrollarse o, en un caso extremo, sólo deberían desarrollarse indemnizando a esos terceros. La búsqueda de la verdad es un fin muy noble, pero el fin no justifica cualesquiera medios. Es más bien al revés: son los medios (lícitos) los que permiten justificar los fines que perseguimos con ellos aun cuando tales fines puedan parecer improcedentes o desagradables a ojos de terceros.
Verdad y libertad
Por último, ¿cuál es la relación entre verdad y libertad, o entre conocimiento y libertad, o entre ciencia y libertad?
Por un lado, sólo podemos acercarnos a la verdad desde la libertad, es decir, la ciencia sólo puede avanzar en libertad: para que un científico pueda formular y testar hipótesis que mejoren nuestro conocimiento sobre el mundo, ese científico ha de disponer de libertad, de una esfera moral dentro de la que pueda investigar sin ser coaccionado por terceros que acaso rechacen sus investigaciones o las conclusiones a las que puede terminar llegando. En la medida en que no poseemos un conocimiento pleno, perfecto y definitivo sobre la realidad, es necesario evitar que los consensos científicos provisionales se conviertan en dogmas inamovibles que petrifiquen nuestra ignorancia relativa. Y para que los consensos científicos provisionales no degeneren en dogmas es necesario que haya científicos libres y dispuestos a cuestionar y refutar el statu quo. Es necesario que haya un mercado disputable de conjeturas científicas: un mercado que no esté cerrado a la competencia ideológica. La competencia entre científicos independientes, y por tanto libres, para cuestionarse y criticarse mutuamente sin someterse a ningún monopolio de una falsa verdad es lo que posibilita avanzar hacia la auténtica verdad.
Por otro lado, la ciencia puede contribuir a crear las condiciones que facilitan el florecimiento, intelectual y material de la libertad:
La ciencia puede crear nuevo conocimiento sobre la naturaleza humana y sobre la coordinación social que, al enfatizar la factibilidad de la armonía social de intereses y al desentrañar los requisitos para alcanzarla, nos ayude a comprender generalizadamente por qué la libertad individual –y sus concreciones jurídicas como el derecho de propiedad y la libertad contractual– es tan valiosa. Por ejemplo, el progreso en la ciencia moral o en la ciencia económica pueden iluminar a la sociedad sobre las ventajas de la libertad y, al hacerlo, motivar a los individuos a defenderla frente a todos aquéllos que pretendan socavarla.
La ciencia puede crear nuevas tecnologías que incrementen la abundancia efectiva de recursos (mediante aumentos de la productividad) y, por tanto, reducir un foco de conflictividad social (la escasez). Es decir, puede reducir los incentivos sociales a socavar la libertad (la lucha violenta por los recursos escasos).
La ciencia puede crear nuevas tecnologías o nuevos marcos institucionales que ayudan a defender la libertad frente a aquellos que pretenden conculcarla: por ejemplo, la criptografía, Bitcoin, las impresoras 3D o incluso las investigaciones sobre el policentrismo contribuyen a crear nuevos pesos y contrapesos sociales que dificultan (encarecen el coste) de atacar la libertad de aquellos individuos que utilicen esos nuevos instrumentos como escudos frente a los agresores.
La ciencia puede crear nuevas tecnologías que reduzcan los costes de transacción de nuevas formas de organización social voluntaria que vuelvan innecesaria la coacción como única forma de minimizar los errores en la coordinación social descentralizada (los llamados “fallos del mercado”). Por ejemplo, las tecnologías que rompan monopolios naturales (como las fuentes de energía descentralizadas), o que resuelvan problemas de información asimétrica (como la agregación descentralizada de conocimiento de los usuarios a muy bajo coste) o que faciliten la provisión privada de bienes públicos (como proyectos por crowdfunding condicionados a alcanzar descentralizadamente determinados umbrales de recaudación) reducen la demanda social de coacción centralizada para solventar problemas ciertos de la coordinación social descentralizada.
Sin embargo, la ciencia también puede contribuir a destruir las condiciones que facilitan el florecimiento, intelectual y material, de la libertad:
La ciencia puede crear nuevo conocimiento –y me estoy refiriendo a nuevo conocimiento verdadero, no a mentiras deliberadas para engañar a la población– sobre la naturaleza humana y sobre la coordinación social que, en lugar de enfatizar la posibilidad de la armonía social así como las condiciones necesarias para alcanzarla, enfatice la irreductibilidad del conflicto humano. Y, al hacerlo, podría contribuir a desvalorizar socialmente la libertad (por tanto, desincentivando su defensa o incluso incentivando su ataque).
La ciencia puede crear nuevas tecnologías que incrementen la productividad pero reduciendo, en lugar de aumentando, la abundancia efectiva de recursos. Si la mayor productividad posibilita que un mayor número de personas alcance un mayor número de fines y si, además, esos nuevos fines abren la puerta a la búsqueda de otros fines complementarios que antes ni siquiera se contemplaban, la demanda de recursos puede terminar aumentando más que la oferta, incrementando de ese modo la escasez efectiva: esa es la principal conclusión de la llamada Paradoja de Jevons. Pues bien, esa mayor escasez efectiva puede conducir a una mayor conflictividad social y a mayores incentivos a socavar la libertad (conculcando los derechos de propiedad pacíficamente adquiridos).
La ciencia puede crear nuevas tecnologías o nuevos marcos institucionales que faciliten el ataque a la libertad individual: por ejemplo, las monedas digitales de los bancos centrales o los avances en el espionaje reducen el coste de atacar la libertad individual (o encarecen el coste de defenderla). Les proporcionan a los agresores mejores espadas contra nuestros escudos.
La ciencia puede crear nuevas tecnologías que requieran urgentemente de niveles de coordinación a una mayor escala de la que, al menos a corto plazo, podemos alcanzar mediante mecanismos voluntarios de coordinación social descentralizada. Por ejemplo, pueden aparecer nuevas tecnologías que, bajo ciertas condiciones, constituyan una amenaza existencial para la humanidad (como las armas nucleares o la inteligencia artificial) y que el riesgo de esa amenaza existencial para la libertad sólo pueda aplacarse o minimizarse a través de una coordinación a una escala tan grande que sólo pueda lograrse a través de la coacción (para evitar el problema del free rider). En esos supuestos, las nuevas tecnologías aumentarían la demanda social de coacción centralizada para solventar las limitaciones de la coordinación social descentralizada.
En este último caso, cuando el avance hacia la verdad –el progreso científico– nos aleje de la libertad, ¿cuál debería ser la actitud de los científicos y de los liberales? ¿Deberían los científicos seguir avanzando hacia una verdad destructiva de la libertad o deberían autocensurarse para salvaguardar la libertad? ¿Deberían los liberales renunciar a su defensa de la libertad o, en cambio, deberían abrazar la mentira para proteger la libertad?
De entrada, tendríamos que evitar caer en el apriorismo de que existe una convergencia necesaria entre ciencia y libertad: el progreso científico, esa mejora continua en nuestro conocimiento sobre el mundo, constituye un camino con un destino final desconocido. No hay ninguna garantía de que, conforme vayamos acercándonos a la verdad, vayamos a su vez disponiendo de mayores y mejores argumentos o tecnologías para proteger la libertad. Si desconocemos el contenido íntegro de la verdad, no podemos afirmar con certeza que, conforme nos vayamos acercando a ese contenido íntegro desconocido, éste reforzará sí o sí a la libertad.
Ahora bien, que a priori no exista una convergencia necesaria entre el contenido de la verdad y el contenido de la libertad no impide que sí haya una convergencia entre la heurística de ambas. Para acercarnos a la verdad, debemos aceptar la provisionalidad de todo conocimiento y por tanto debemos mantenernos abiertamente escépticos frente a las verdades absolutas. Aprendemos dudando y cuestionando, no pontificando. Y, de la misma manera, la moralidad práctica de la libertad descansa sobre un principio similar: la presunción de la libertad. In dubio, pro libertate: en caso de duda, respetemos la libertad ajena. Si exigiéramos a cada individuo que demostrara, más allá de toda duda razonable, por qué su libertad no merece ser conculcada, dada la infinidad de razones y argumentos que potencialmente podrían llegar a justificar la conculcación de su libertad, anularíamos a efectos prácticos la libertad. Es más bien al contrario: quien ha de demostrar, más allá de toda duda razonable, por qué la libertad de una persona ha de ser excepcionalmente conculcada, es quien desea conculcarla. Y, en caso de duda respecto a los argumentos ofrecidos para cercenar la libertad, no debemos cercenarla.
Por ello, que el progreso científico nos conduzca provisionalmente a conclusiones o escenarios que debiliten socialmente la libertad no debería llevarnos a ipso facto a enterrar la libertad: no sólo porque ésta sea premisa del desarrollo científico, sino porque cualquier conclusión o tecnología que amenace la libertad es susceptible de ser una conclusión o una tecnología de carácter provisional que acaso pueda ser superada en el futuro por otras conclusiones o tecnologías más amigables con la libertad. El progreso científico que amenace la libertad no debe empujarnos a agachar la cabeza, sino a levantar la cabeza para tratar de reorientar ese progreso científico hacia el apuntalamiento de la libertad.
Así, los científicos cuyos descubrimientos teóricos o prácticos amenacen la libertad no deberían autocensurarse, sino más bien cuestionar la solidez de tales conclusiones provisionales (para comprobar si resiste una rigurosa falsación) o, a su vez explorar vías alternativas, y más amigables con la libertad, de hacer avanzar nuestro conocimiento sobre el mundo (por ejemplo, si se desarrollan tecnologías que sean lesivas para la libertad, ¿resulta posible desarrollar otras tecnologías que actúen como contrapeso de las anteriores y que protejan la libertad?). A su vez, los liberales tampoco deberían convertirse en apologistas de la mentira si el nuevo conocimiento científico no es amigable con la libertad: al contrario, deberían tratar de buscar la manera de encajar y de minimizar la influencia negativa de ese nuevo conocimiento científico dentro de un marco jurídico que, in dubio pro libertate, maximice el respeto a las libertades individuales (por ejemplo, si descubrimos que el cambio climático es una amenaza para la humanidad, no deberíamos negar el cambio climático por defecto, sino buscar formas de contrarrestarlo minimizando la restricción de nuestras libertades).
Por consiguiente, aun cuando verdad y libertad puedan llegar a divergir, como académicos y científicos que aspiramos a un mundo más libre deberíamos esforzarnos por lograr la máxima convergencia posible entre ambas: no a costa de renunciar a la verdad y a la libertad, sino tratando de que nuestro mayor conocimiento sobre el mundo sea compatible con un mundo en el que se respete el proyecto de vida de cada persona.
Conclusión
En definitiva, la verdad, la libertad y la justicia son conceptos fuertemente conectados. En unos casos existe una relación de interdependencia, como ocurre con la libertad y la justicia; en otros existe una relación de determinación mutua, como sucede con la verdad y la justicia; y en otros puede darse una realimentación positiva pero también negativa, como pasa con la verdad y la libertad. Los académicos debemos buscar la verdad pero no tenemos por qué buscarla en un contexto de amoralidad o renunciando a poseer ideales normativos sobre el mundo. La verdad requiere de un compromiso con la honestidad y ese compromiso con la honestidad no tiene por qué interferir necesariamente con el compromiso con la libertad o con la justicia. A la postre, la libertad sin justicia es opresión unilateral; la justicia sin libertad es privilegio. La ciencia sin justicia es brutalismo; la justicia sin ciencia es irresponsabilidad inconsciente. La libertad sin ciencia es un fanatismo supersticioso; y la ciencia sin libertad es alienación, es antihumanismo. Muchas gracias.
Brillante, como siempre.
Enhorabuena Dr. Rallo!
Magnífico discurso.