Prólogo al libro “ADN emprendedor” de Fran Villalba Segarra
La economía surge del hecho de que los recursos de los que disponemos son más escasos que las necesidades que pretendemos satisfacer con ellos. O dicho de otro modo, la economía surge del hecho de que nuestros fines son más abundantes que los medios que poseemos para alcanzarlos. Y justamente porque las necesidades son más cuantiosas que los recursos, se hace necesario economizar esos recursos escasos: gestionarlos de tal manera que maximicemos la cantidad y la calidad de los fines que logramos a través de ellos.
Pero, ¿a qué nos referimos exactamente con economizar los recursos escasos? Desde una perspectiva estrecha y estática, podríamos caracterizar la economización de los recursos como el proceso de conservación y administración rigurosa de una masa dada recursos para minimizar las pérdidas y los despilfarros y, por esa vía, maximizar su aprovechamiento útil. Imaginemos que, extraviados en medio del desierto, dispusiéramos de un depósito de 100 litros de agua: economizar el agua implicaría evitar las fugas que vayan vaciando el depósito así como el uso temerario y negligente de esa agua; se trataría, pues, de reservar esos 100 litros para los consumos más importantes que podamos hacer de ellos en el futuro previniendo cualquier pérdida innecesaria.
Y sí, economizar también es eso pero no es ni sólo ni principalmente eso. Así, desde una perspectiva más amplia y dinámica, podemos caracterizar la economización de recursos como el proceso de creación de nuevas unidades y de nuevos usos para esos recursos, de tal manera que la masa efectiva de medios a nuestra disposición se incrementa y, con ella, la cantidad y calidad de fines que podemos llegar a satisfacer. Volviendo a nuestro ejemplo anterior: en lugar de conservar en las mejores condiciones posibles ese depósito de 100 litros de agua para asegurarnos de que cada gota sea destinada a su uso más valioso en el futuro, se trataría de multiplicar la disponibilidad efectiva de agua: ya sea con el descubrimiento de nuevos manantiales, con el hallazgo de mecanismos más eficientes para su utilización y reutilización, con el desarrollo de recursos sustitutivos del agua, o con su aplicación a la satisfacción de fines más importantes que los previamente conocidos. Todo ello permite que, a partir de una misma masa material de agua, multipliquemos su disponibilidad económica y, por ende, la cantidad y calidad de los fines que somos capaces de satisfacer.
En otras palabras: nuestras economías son sistemas de cooperación social encargados no sólo de preservar la riqueza existente frente a su despilfarro banal, sino sobre todo de multiplicar la riqueza efectivamente disponible. Porque multiplicando la riqueza efectivamente disponible también multiplicamos la cantidad y la calidad de las necesidades humanas que somos capaces de atender. Y la Economía es la ciencia que estudia esos sistemas de cooperación social orientados a crear riqueza: más en concreto, la Economía estudia cuáles son los modos de estructurar la cooperación social que posibilitan una mejor economización de los recursos, esto es, que posibilitan incrementar en mayor medida la riqueza efectivamente disponible para los seres humanos.
Al respecto, podríamos simplificar diciendo que existen dos perspectivas extremas sobre cómo estructurar la cooperación social para crear riqueza: por un lado tendríamos a los sistemas de cooperación centralizados y, por otro, a los sistemas de cooperación descentralizados. En los sistemas de cooperación centralizados, toda la sociedad forma parte de un mismo equipo de trabajo y se somete a unas mismas directrices: hay un centro de mando único que dicta a qué debe dedicarse cada persona y cómo ha de organizarse con el resto para crear riqueza. En los sistemas de cooperación descentralizados, diferentes individuos integran distintos equipos de trabajo, cada uno de ellos sometido a sus propias directrices y a su propia cadena de mano, y esos distintos equipos de trabajo compiten a su vez entre sí tratando de generar una mayor riqueza que el resto.
¿Cuál de ambos sistemas de cooperación social, el centralizado o el descentralizado, tiende a arrojar mejores resultados en términos de multiplicación de la riqueza efectivamente disponible? Los sistemas descentralizados poseen una doble ventaja frente a los centralizados. Por un lado, y desde el punto de vista de los incentivos, aquellos equipos de trabajo que crean mayor riqueza que el resto serán quienes proporcionen una mayor calidad de vida a sus integrantes, de modo que la competencia entre grupos espoleará el esfuerzo, la creatividad y la asunción de riesgos dentro de cada uno de esos equipos descentralizados de trabajo. Por otro, y desde el punto de vista de la información, la presencia de diversos equipos de trabajo, cada uno de ellos organizado de un modo heterogéneo al resto, permite una experimentación igualmente descentralizada sobre cómo crear riqueza: si no sabemos con certeza –y no lo sabemos– cuál es la mejor forma de expandir continuamente los recursos efectivamente disponibles, es decir, si el progreso técnico que permite incrementar la productividad no es maná caído del cielo sino el resultado de conjeturar, probar, evaluar y rectificar diversas fórmulas de organizarnos productivamente, entonces una sociedad donde se pongan en práctica a la vez decenas o centenares de miles de experimentos descentralizados tenderá a ser con el tiempo una sociedad más generadora de riqueza que una sociedad donde en cada momento tan sólo se ponga en práctica un único experimento (o donde se pongan en práctica varios pero todos ellos autorizados, supervisados y evaluados por la misma cadena de mando). A la postre, si un equipo de trabajo tiene éxito a la hora de descubrir nuevas formas de crear riqueza, el resto de equipos de trabajo podrán copiarlo, amplificando con ello su propia productividad; a su vez, si un equipo de trabajo fracasa estrepitosamente a la hora de generar riqueza (esto es, si la destruye), el resto de equipos de trabajo podrán aprender qué caminos no deben seguir.
Pues bien, a cada uno de los equipos de trabajo orientados a crear riqueza dentro de una economía que estructura la cooperación social de manera descentralizada lo llamamos “empresa” (en realidad, empresa mercantil). El propósito de una empresa es coordinar del modo más eficiente posible los distintos recursos que posee para maximizar la creación social de riqueza: riqueza que adopta la forma de mercancías, es decir, de bienes económicos que satisfacen necesidades humanas y que se colocan a la venta en el mercado.
De este modo, las empresas mercantiles crean valor para terceros (en última instancia, para los consumidores) y, al crearlo, generan riqueza para todos aquellos que han participado dentro de la empresa en ese proceso de creación de valor para terceros: a saber, del valor añadido (ingresos menos consumos intermedios) producido por empresa, se pagan los salarios de los trabajadores y los beneficios, intereses o rentas de los capitalistas. Cuanto mayor sea ese valor añadido de una compañía, más elevados podrán ser los salarios de los trabajadores o los beneficios de los capitalistas (dependiendo de quién haya tenido una mayor responsabilidad diferencial a la hora de generar la mayor parte de ese valor añadido). A la postre, el valor añadido de una empresa aumenta o bien cuando crecen los ingresos a partir de unos consumos intermedios dados o cuando se reducen los consumos intermedios necesarios para engendrar unos determinados ingresos: en el primer caso, la empresa crea una mayor cantidad de mercancías más valiosas sin necesidad de consumir más recursos; en el segundo caso, la empresa crea la misma cantidad de mercancías valiosas consumiendo menos recursos. En ambos casos, la riqueza efectivamente disponible para la sociedad se incrementa y, por tanto, los impulsores de esa multiplicación de la riqueza también se vuelven más ricos (se apropian de parte de la nueva riqueza que han contribuido a generar). Y precisamente la competencia entre empresas impone que sólo aquéllas que generen relativamente más valor añadido que el resto acaben triunfando y se terminen enriqueciendo: es decir, no basta con ser bueno, sino que hay que esforzarse continuamente por ser mejor.
Ahora bien, siendo la empresa mercantil un equipo de trabajo que organiza internamente sus recursos para maximizar la riqueza que crea en relación a sus competidores, nos queda por responder una pregunta: quién es el responsable último de organizar esos recursos y, por tanto, de triunfar o de fracasar a la hora de generar más riqueza que sus rivales. Y la contestación es sencilla pero está cargada de significado: el responsable último de organizar los recursos dentro de una empresa mercantil y, en consecuencia, de generar o de destruir riqueza es el empresario. El empresario es quien hace frente a la inerradicable incertidumbre de nuestras sociedades y decide arriesgar organizando los recursos de un modo distinto al resto de sus competidores. Es, por tanto, el motor de la innovación, del cambio, de la mejora y del progreso, tanto dentro de su empresa cuanto en el conjunto del mercado (puesto que el resto de compañías tienden a emular las innovaciones exitosas). Son los empresarios, cada uno dentro de su pequeño reino que es la empresa, quienes revolucionan continuamente nuestra organización social, al intentar reformular su entorno según su propio criterio sobre cómo debería ser el futuro. Tal como escribió el gran economista Ludwig von Mises, “lo que distingue al empresario exitoso del resto es precisamente que el empresario exitoso no se deja guiar por lo que fue y por lo que es, sino que reordena su entorno sobre la base de sus opiniones acerca del futuro: observa la realidad y el presente del mismo modo que los demás, pero juzga el futuro de un modo distinto”.
Sin empresarios no habría líderes intelectuales que compitieran postulando proyectos diversos (y en muchas ocasiones enfrentados) sobre cuáles son las mejores formas de organizar los recursos para maximizar la creación. No viviríamos en un ecosistema de innovación continua: pues es el empresario quien decide experimentar dentro de su compañía y quien, en consecuencia, soporta personalmente los riesgos de que su experimento productivo triunfe o fracase. Mas no pensemos que los empresarios son una especie de casta, estamento o nomenclatura social separada del resto de la sociedad, una especie de ungidos con el don divino de hacer progresar nuestras sociedades: ser empresario es una actitud, una voluntad, una determinación, una iniciativa a tomar las riendas de un proyecto productivo propio y de responsabilizarse de él. Se es o no se es empresario según la función que uno desempeña en el mercado: quien promueve competitivamente la experimentación productiva para maximizar la creación social de riqueza es empresario, triunfe o fracase en ese experimento. En cambio, quien se suma o adhiere al proyecto productivo de otro no lo es (o sólo lo es de un modo adyacente y subordinado, a saber, tomando la iniciativa de sumarse el proyecto que promueve otro).
Éste es un libro donde precisamente se narra la vivencia personal sobre lo que implica emprender en el mundo real: sobre cómo un individuo deviene empresario cuando posee una visión sobre cómo mejorar el futuro y cuando intenta transformar el futuro de acuerdo con esa visión; sobre las dificultades, los retos, los obstáculos, las desventuras y los tropiezos a los que se enfrenta cualquier empresario cuando trata de convertir su sueño en una realidad dentro de un entorno incierto, dinámico y competitivo; pero también sobre la plenitud, la autorrealización y la dignificación que alcanza un empresario cuando conquista el horizonte tan sólo para volver a desplazar ese horizonte y continuar persiguiéndolo dentro de su empresa. Un libro que, en definitiva, ayuda a humanizar al empresario frente a todos aquéllos que, obsesionados políticamente con deshumanizarlo, sólo terminan ralentizando el principal motor de la innovación y del progreso dentro de nuestras sociedades.
Buen resumen de como funciona un sistema económico, se agradecen estas píldoras de conocimientos. ¿Se sabe algo sobre la redición o nuevo libro sobre teoría monetaria?