Prólogo a La Odisea del Dinero
El siguiente texto es el prólogo al libro La Odisea del Dinero, de Ignacio Moncada. Puedes adquirirlo aquí.
La búsqueda social de dinero es la búsqueda social de la estabilidad de valor. En una economía caracterizada por la división del trabajo y el consecuente intercambio de mercancías, necesitamos un patrón social de valor mediante el cual podamos medir y comparar el valor que hemos generado para terceros con el valor que los terceros generan para nosotros. Y ese patrón social de valor ha de ser un patrón estable: si fuera un patrón inestable, no serviría –o serviría deficientemente– para comparar la utilidad de lo dado con lo recibido.
Sin comparabilidad de valor sería imposible recurrir al cálculo económico: no podríamos saber si la producción de unas mercancías es más importante (para el resto de la sociedad) que la producción de otras mercancías. Tampoco podríamos saber a quiénes deberíamos distribuirles las mercancías fabricadas, puesto que ignoraríamos cuál es valor que cada uno ha ofertado a los demás y, por tanto, cuál es el valor que en correspondencia cada uno puede demandar de los demás.
Por eso, contar con un patrón de valor estable es esencial para estructurar una economía basada en la división del trabajo. Al igual que necesitamos unidades estables para cuantificar magnitudes físicas como el tiempo, la longitud, la masa o el volumen, también necesitamos unidades estables para cuantificar magnitudes económicas como el valor. Pero, ¿dónde hallar una unidad de valor estable que podamos usar como referencia para cuantificar el valor de las mercancías? El valor no es una característica objetiva o sensorial de los bienes, sino subjetiva: por tanto, lo único que podemos hacer es expresar el valor subjetivo de una mercancía en términos del valor subjetivo de otra mercancía; a saber, cuántas veces esta mercancía A es al menos tan importante como esta otra mercancía B. Justamente por ello, el mejor patrón social de valor será aquel bien que, en cada época histórica, sea capaz de mantener su valor subjetivo relativamente más estable, en el espacio y en el tiempo, que el resto: ese bien contextualmente más líquido será el mejor patrón posible en el que expresar los precios del resto de mercancías y, a su vez, también tenderá a ser el mejor mecanismo con el que transferir valor en el espacio (medio general de intercambio) y en el tiempo (depósito de valor).
La teoría económica, en suma, nos permite comprender por qué una economía de mercado necesita de un bien que actúe como dinero, pero cuál sea la identidad concreta de ese bien en cada momento y lugar no es una tarea que la teoría económica pueda predeterminar: la geografía, la tecnología, la moral o la política son factores que influyen decisivamente en determinar qué mercancía terminan empleando los agentes económicos como dinero. Le corresponde, en cambio, a la historia económica –a la interpretación de los hechos económicos acaecidos en el pasado a la luz de la mejor teoría disponible– explicarnos qué bienes han acabado deviniendo dinero dentro de una determinada sociedad y por qué lo han hecho.
En este sentido, la narración histórica sobre el origen de las distintivas identidades del dinero no es una narración meramente anecdótica o recreativa, sino que desempeña al menos tres funciones cognitivas relevantes.
En primer lugar, la historia del dinero nos sirve para ilustrar, y por tanto reforzar, la explicación causal (teoría) sobre el origen del dinero. En la medida en que existan diversas potenciales descripciones de los procesos que conducen a la aparición social del dinero, la historia monetaria nos proporcionará un primer e indiciario nivel de verificación de esas diversas teorías competitivas: si un determinado modelo sobre el origen del dinero es incapaz de incorporar ciertos hechos que sí acaecieron o ha de incorporar ciertos hechos que no acaecieron, entonces ese modelo explicativo sobre el origen del dinero podría resultar erróneo o incompleto. Dicho de otra manera, cualquier teoría sobre el origen del dinero necesita validarse en la historia para demostrar que sí da cuenta de los procesos sociales realmente existentes y no de construcciones imaginarias desconectadas de la realidad.
En segundo lugar, la historia del dinero también nos sirve para adquirir una cierta perspectiva sobre la pluralidad de sustratos materiales que puede adoptar socialmente la categoría económica de dinero. En ausencia de esa perspectiva, podríamos caer en la trampa de naturalizar la forma social monetaria en determinadas sustancias materiales. En la actualidad, por ejemplo, parecería que el dinero ha de ser naturalmente un pasivo estatal (moneda fiat) ya sea en formato papel o en formato digital. Durante el siglo XIX y buena parte del XX, en cambio, se pensaba que el dinero naturalmente era y sólo podía ser el oro. Sin embargo, cuando uno estudia historia monetaria, se da cuenta de que los bienes que pueden emplearse como dinero son muy variados y que, por tanto, no existe ninguna inexorabilidad al respecto: el grano, las cabezas de ganado, las conchas, el tabaco, los metales preciosos o incluso piezas de papel portadoras de ciertos derechos frente al emisor.
Y tercero, si la función social del dinero puede ser desempeñada por bienes muy variopintos pero no todos esos diferentes bienes tienen por qué ser igual de eficientes a la hora de desempeñar esa función social ante cualquier contingencia, entonces deberemos plantearnos hasta qué punto la evolución histórica del dinero ha sido una evolución progresiva (de peores a mejores dineros) o regresiva (de mejores a peores dinero) y por qué lo ha sido. Se abre así la puerta a un análisis más propio no ya de la teoría económica o de la historia económica, sino de la economía aplicada: ¿Existen mejores dineros que aquél que estamos empleando en la actualidad? ¿Qué deberíamos hacer para promover socialmente esos mejores dineros y, por tanto, abandonar los peores dineros? ¿La adopción de dineros subóptimos ha sido una consecuencia no intencionada de la interacción social o, por el contrario, el resultado intencionado de unas instituciones sociales deliberadamente parasitarias que deberían ser radicalmente reformuladas? En este sentido, durante la era del patrón oro, hubo reformistas, entre ellos el propio Milton Friedman, que postularon la necesidad de corregir o abandonar el patrón oro para avanzar hacia un mejor dinero (con un valor más estable y un menor coste). Asimismo, en la era de la moneda fiat, también hay reformistas, como los impulsores de Bitcoin o de un retorno al patrón oro, que abogan por superar la moneda fiat para disfrutar de un mejor dinero (menos inflacionista y menos manipulable políticamente).
En suma, la historia monetaria es apasionante precisamente porque nos permite reflexionar sobre asuntos cruciales para nuestra vida en sociedad: qué es el dinero, cómo surge, qué funciones desempeña, cuáles son sus propiedades ideales, de qué modo la manipulación del dinero genera ganadores y perdedores o cómo debería organizarse –o cómo no debería hacerlo– el sistema monetario dentro de nuestras sociedades. Sobre todo eso podrá usted reflexionar –es más, se verá abocado a reflexionar– mientras disfruta de la lectura de este libro sobre la historia del dinero tan diestramente escrito por Ignacio Moncada. Qué es el dinero, qué ha sido el dinero y qué debería ser el dinero: una odisea que ojalá termine conduciéndonos a la Ítaca de la libertad y la prosperidad.