Discurso en la Universidad Pablo de Olavide como padrino del Grado de Análisis Económico, Grado en Administración y Dirección de Empresas en Inglés y el Grado en Administración y Dirección de Empresas en Inglés y en Derecho. 11 de abril 2024.
Muchas gracias a la Universidad Pablo de Olavide por su invitación a este acto de graduación del Grado de Análisis Económico, Grado en Administración y Dirección de Empresas en Inglés y el Grado en Administración y Dirección de Empresas en Inglés y en Derecho.
Se me ha pedido que dirija unas palabras a los egresados que puedan servirles de inspiración sobre su futuro profesional que hoy arranca. Y me gustaría comenzar con una muy famosa cita de Karl Marx, concretamente su undécima tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos [léase en general los científicos sociales] se han dedicado a interpretar el mundo de distintos modos. Sin embargo, de lo que se trata es de transformarlo”.
Marx se quejaba de que los filósofos de su época se limitaban a reflexionar sobre el mundo pero sin que ese conocimiento sirviera para otra cosa que para reforzar el orden social existente. Para Marx, los científicos sociales, por ejemplo los economistas burgueses, se limitaban a observar el capitalismo y a redescribirlo contándonos cómo funcionaba superficialmente: no penetraban ni en las estructuras contradictorias que subyacían al mismo, ni tampoco en la dinámica que esas estructuras contradictorias generaban y que abocaban al capitalismo a su desaparición y superación final por el comunismo.
Más allá de los errores intelectuales concretos cometidos por Marx, lo cierto es que su admonición es útil para pensar sobre el rol transformador, y no meramente contemplativo, que pueden desempeñar economistas o juristas en la sociedad moderna. ¿De qué manera, una vez hemos completado nuestros estudios universitarios, somos capaces de utilizar lo aprendido para transformar, a mejor, nuestra sociedad?
Y, en este sentido, permítanme distinguir dos vías a través de las cuales caben transformar las sociedades: el enfoque centralizado y el enfoque descentralizado, o el enfoque top-down versus el enfoque bottom-up. O simplemente, el enfoque del Estado versus el enfoque del mercado.
El enfoque centralizado de la transformación social se ejerce desde la política y a través del Estado. El Estado es una organización que reclama soberanía sobre un territorio y sobre una población, de tal manera que está, o dice estar, legitimado para planificar, incluso mediante la coacción, cómo ha de ser la sociedad que habite dentro de su territorio. En este enfoque, los economistas o juristas actuarían como políticos o como asesores de los políticos: usarían el conocimiento técnico que han aprendido en la universidad para, a través de los mandatos legales, construir lo que ellos creen que constituye una buena sociedad. Se trata del enfoque aparentemente más rápido, eficaz y completo para transformar a la sociedad: diseñar mentalmente cómo ha de ser la sociedad e imponer ese modelo de sociedad a través del Estado. Pero se trata de un enfoque problemático por tres razones. Tres razones que ojalá, todos los que opten por esta vía, tengan muy presentes a lo largo de su desempeño profesional.
La primera razón es que no existe un concepto exhaustivo y omnicomprensivo de buena sociedad: cada ser humano tiene un proyecto de vida propio y, por tanto, una visión sobre cómo le gustaría vivir su vida y sobre el tipo de sociedad en la que le gustaría vivir. Como ya nos enseñó el Premio Nobel Kenneth Arrow, en su famoso teorema de la imposibilidad, no existe una voluntad orgánica, colectiva, agregada del conjunto de la sociedad sobre cómo quiere ser ella misma. Lo único que tenemos son un conjunto de preferencias individuales sobre cómo creemos que ha de ser la sociedad: y esas preferencias individuales pueden agregarse mediante muy diversas reglas, pero, dependiendo de cuál sea la arbitraria regla de agregación que utilicemos, llegaremos a muy diferentes decisiones colectivas aun con un mismo conjunto de preferencias individuales. Por ello, el economista o el jurista que desee transformar la sociedad de manera centralizada debería ser consciente de que estará intentando trasponer una visión de la buena sociedad que normalmente será sola la suya, y no necesariamente la de otros a quien se la quieren imponer. Por eso, no deberíamos dejarnos cegar por el enorme potencial técnico del conocimiento económico o del conocimiento jurídico: como toda herramienta, la ciencia económica o la ciencia jurídica es una herramienta amoral, que puede usarse tanto para hacer el bien como para hacer el mal: un cuchillo es una herramienta que puede emplearse tanto para alimentarnos como para dañarnos. A la hora de articular “políticas públicas”, es decir, a la hora no de describir la realidad sino de prescribir como debería ser la realidad, ambas disciplinas deben estar delimitadas por las reflexiones extraídas de la filosofía moral. En demasiadas ocasiones, los economistas abrazamos por defecto, acríticamente, filosofías morales enormemente problemáticas, como el utilitarismo que prescribe maximizar la utilidad social (como si ésta fuera fácilmente comparable y agregable), sin cuestionarnos si esas filosofías morales que abrazamos por defecto o acríticamente son correctas o, por el contrario, tan sólo contribuyen a crear monstruos morales. Y si ponemos nuestro conocimiento técnico al servicio de filosofías morales problemáticas, podemos estar contribuyendo a transformar la sociedad para empeorarla, no para mejorarla.
La segunda razón es por un problema de limitaciones de información: nuestras sociedades son órdenes complejos. Son un macrocosmos dentro del que existen muchos microcosmos. La vida de cada uno de nosotros es diferente a la vida de los demás, es decir, que nuestros problemas, sueños, preferencias, inquietudes o restricciones no son idénticos. Pretender reformar desde arriba la totalidad de la sociedad es creer que podemos manejar todo el conocimiento ultraespecífico y heterogéneo que existe en cada uno de los rincones de la sociedad. Es no entender que, si no podemos saberlo todo, no podemos decidir sobre todo. Es incluso no entender que, si no podemos saberlo todo, ni siquiera podemos prever la totalidad de las consecuencias de aquello que queremos imponer sobre los demás, de modo que no deberíamos entrar como elefantes en una cacharrería a reinventar la rueda. Justamente, la ciencia económica debería proporcionarnos un antídoto contra esta actitud a la que el Premio Nobel Friedrich Hayek denominaba con razón “fatal arrogancia”. Decía Hayek en este, que fue el último de sus libros: “la curiosa tarea de la ciencia económica es demostrar a los hombres lo poco que realmente saben sobre lo que imaginan que pueden planificar. Para la mente ingenua que solo puede concebir el orden como el producto de una organización deliberada, puede parecer absurdo el hecho de que, en condiciones complejas, el orden y la adaptación a lo desconocido se puedan lograr de un modo más eficaz mediante la descentralización de las decisiones, pero es la descentralización la que en realidad permite que se tome en cuenta una mayor cantidad de información”.
Y la tercera, por un problema de incentivos perversos: aun cuando pudiéramos delimitar qué es una buena sociedad y aun cuando dispusiéramos de la totalidad de la información necesaria para construirla, no seamos ingenuos, no romanticemos el mundo de la política: la política es una lucha continuada por conquistar el poder, hacia dentro del Estado y hacia fuera del Estado. La política se nos pretende vender como el ámbito social desde el que se persigue el interés general o el bien común, pero en realidad es el ámbito donde unos y otros compiten por conquistar y retener el poder. No puede ser de otro modo porque, como también señaló Hayek, en la política existe un proceso de selección adversa muy fuerte: los peores son los que tienden a llegar al poder. Los que están más obsesionados por el poder y los que tienen menores escrúpulos para manipular, mentir y hacer trampas por alcanzar el poder tenderán a desplazar a quienes estén menos obsesionados con el mismo o posean mayores escrúpulos morales. Por eso, como también nos enseñó la Escuela de la Elección Pública, por ejemplo el Premio Nobel James Buchanan, no podemos analizar la política sin considerar que los políticos, como todos los seres humanos, se mueven por incentivos y que, en el ámbito estatal, esos incentivos tienden a ser perversos. Quienes se acercan a la política de buena fe, intentando prestar un servicio abnegado a la sociedad, se verán normalmente bloqueados o apartados siempre que sus planes transformadores no sean instrumentales para los intereses personales de sus superiores o de los partidos de los que forman parte.
Con lo anterior, no pretendo decir que la sociedad no pueda mejorarse en el margen desde la política, pero sería un ejercicio de, nuevamente, fatal arrogancia pretender que puede o debe hacerse una completa tabla rasa social desde la política para imponer aquella maqueta de buena sociedad que de manera reduccionista hemos modelizado sin tener en cuenta que el mapa no es el territorio y que la maqueta que se diseñará y que se intentará imponer es aquella que resultará funcional a los políticos y no a cada uno de los ciudadanos que queremos forzar que habiten dentro de esa maqueta.
Ahora bien, los economistas o los juristas no sólo pueden transformar la sociedad de manera centralizada desde el Estado, sino también de manera descentralizada desde el mercado. El mercado es un ámbito de relaciones cooperativas basadas en la libre asociación y desasociación de personas. Desde el mercado no podemos imponerles a los demás, coacción mediante, que tomen las decisiones que nosotros consideramos que deberían tomar: lo único que podemos hacer desde el mercado es intentar persuadir a los demás para que modifiquen su comportamiento de un modo que resulte beneficioso para ellos y para nosotros. ¿Cómo pueden, pues, economistas y juristas transformar la sociedad desde el mercado?
Primero, emprendiendo o sumándose al proyecto empresarial de otras personas. Las empresas son uno de los principales motores del cambio social en la sociedad moderna: las empresas (no sólo las empresas, pero también las empresas) lanzan nuevos productos, descubren nuevas tecnologías, incrementan los estándares de vida, crean nuevos hábitos no sólo de consumo sino también de trabajo, ponen en contacto a personas de muy distintos perfiles facilitando la fusión cultural o vuelven a las sociedades interdependientes y transnacionales. La empresa es una figura jurídica, basada en la libre asociación de las partes, a través de la cual una persona puede intentar solucionar, mediante propuestas de valor que terceros tienen la libertad de aceptar o rechazar, los problemas que ella misma ha detectado en ciertos ámbitos de la sociedad. Por consiguiente, aquellos economistas y juristas que den el salto profesional a la empresa estarán compitiendo por descubrir las mejores formas de transformar la sociedad que resulten libremente aceptadas por otros individuos y que no se impongan violentamente sobre nadie.
Pero, en segundo lugar, el mercado también nos permite transformar la sociedad no a través de la producción material de bienes y servicios útiles para los ciudadanos, sino también mediante la producción intelectual. En contra de lo que sugería Marx, a saber, que los filósofos meramente interpretaban contemplativamente el mundo sin llegar a transformarlo, lo cierto es que la generación y difusión de conocimiento sobre el mundo transforma nuestra percepción sobre el mundo y, por tanto, también transforma el modo en el que interactuamos con ese mundo. No entablaremos el mismo tipo de relaciones sociales si, por ejemplo, conceptualizamos, como hacía Marx, la relación entre trabajadores y capitalistas como una relación de explotación entre clases que si, en cambio, la conceptualizamos, como hacía Bastiat, como una relación cooperativa basada en la armonía de intereses. La generación y difusión de conocimiento, tanto cuando es buen conocimiento como cuando es mal conocimiento, tanto cuando constituye una representación fiel y más profunda de la realidad como cuanto constituye una falsificación de la realidad, transforma la sociedad: en un caso posibilitando relaciones funcionales entre las personas y, en el otro, potenciando relaciones disfuncionales. Por eso, otra forma de transformar descentralizadamente la sociedad es desde todas aquellas plataformas dedicadas a la generación de pensamiento: think tanks, redes sociales, medios de comunicación y, por supuesto, las universidades.
Muchos, o al menos algunos de vosotros, probablemente optéis por esta última vía, esto es, probablemente queráis dedicar vuestro futuro profesional a trabajar con las ideas. Y tanto a vosotros como al resto, a aquellos que no pretendan especializarse en la creación y difusión de conocimiento sino que pretendan utilizar el conocimiento de que disponen para trabajar desde la política o desde la empresa, os quiero mandar un último consejo y mensaje: sed curiosos, sed escépticos y sed honestos.
Sed curiosos: porque el aprendizaje no termina hoy. Jamás terminaréis de aprender porque no es posible aprehender todo el expansivo conocimiento existente. Lo que habéis aprendido hasta ahora en la universidad es una fracción diminuta ya no de todo el conocimiento teórico y aplicado existente; ya no del campo de las ciencias sociales; sino incluso del campo de las ciencias económicas o de las ciencias jurídicas. No es posible saberlo todo pero sí es posible saber más cada día: y cuanto más y mejor conocimiento tengamos, mejores decisiones podremos tomar, tanto para nosotros como para el resto de la sociedad. Y debemos aspirar a disponer de más y mejor conocimiento no sólo sobre nuestro parcelita de especialización, sino también sobre otras parcelas anexas. No seremos capaces de comprender fenómenos complejos si no los estudiamos desde múltiples perspectivas y, sobre todo, sobre cómo esas múltiples perspectivas se interrelacionan entre sí. Visto de frente, un cubo sólo es un cuadrado: es cuando lo observamos desde sus distintas perspectivas y cuando las integramos todas ellas cuando observamos y comprendemos qué es un cubo. Como decía Hayek, “el economista que es solo economista, no es un buen economista”.
Sed escépticos: precisamente porque ni nosotros ni nadie lo puede saber absolutamente todo sobre todo, no hay ni habrá nadie infalible. Podéis y debéis informaros mediante especialistas en distintas áreas del conocimiento porque, si uno se ha especializado en alguna de ellas, tenderá a poseer un conocimiento más profundo en ese ámbito que el que podamos poseer nosotros. Sin embargo, recordad siempre que los expertos son mortales: ni son seres infalibles ni son seres libres de los mismos sesgos que podemos padecer cualquiera de nosotros. No se trata de caer en el nihilismo, pero sí de preservar nuestra capacidad de dudar, de criticar y de cuestionar incluso a los expertos.
Y sed honestos: si no podemos saberlo absolutamente todo, no debería haber espacio para el dogmatismo. Podéis defender apasionadamente aquellas ideas que creéis que son correctas, pero sin que nunca se conviertan en un dogma de fe: no dudéis sólo de las ideas ajenas, sino también de las ideas propias. Estad siempre dispuestos a revisar vuestras creencias previas porque, de hecho, si nunca revisáis y actualizáis vuestras creencias previas es que esas creencias previas son erróneas.
Muchas gracias y mucha suerte.
Gracias por este texto maravilloso. Lucidez, clarividencia y coraje en estado puro. Me ha emocionado tremendamente.